Fanfic Mujercitas -¿Qué Hubiera Pasado Sí...?- Capítulo 5

Resumen del anime: Meg, amable y confiada. Jo, independiente y enérgica. Beth, tímida y callada. Amy, amable y precoz.  El padre de familia ha dejado su hogar para servir en la guerra civil estadounidense; luchando contra el ejército Confederado. En su ausencia, una batalla en la ciudad deja a su familia sin casa y él les aconseja buscar hogar en la casa de su Tía Marta, en la ciudad de Newford, Massachusetts. Allí pasan algunos días y aunque al principio, la Tía Marta no está del todo contenta con su presencia, pronto cambia de opinión y se encariña con cada una de las "mujercitas". Poco después se instalan en su nueva casa en los alrededores y conocen muchos nuevos amigos. Sus vecinos serán los Laurence, que viven en la casa de al lado y Laurie, el joven nieto del Sr. James Laurence se hará gran amigo de la familia March. Juntos, todos superan cualquier situación, logrando resolver cualquier problema para salir adelante.



¿QUÉ HUBIERA PASADO SÍ...?

Jo March, nuestra joven y temperamental protagonista, decide ir a vivir a New York para ampliar sus horizontes como escritora, tal y como su amigo Anthony Boone se lo recomendó antes de que éste partiera también hacia la misma ciudad. Pero Laurie Laurence, el vecino adinerado de la familia March, decide él también partir hacia New York para estudiar en la universidad y, algún día, poder declararle su amor a Jo antes de que Anthony lo haga también. El gran problema para ambos muchachos, es que la aficionada escritora tiene un temperamento fatal y es muy poco afecta a las declaraciones de amor... ¿Cual de los dos jóvenes logrará conquistarla?


Género: drama, romance
Pareja: Jo/Laurie, Jo/Anthony - Beth/Laurie, Beth/Jeremy
Calificación: para mayores de 13 años
Publicación: 1 episodio cada miércoles (si se puede)
Cantidad de palabras: variable
Duración: 46 capítulos
Estado: completo
Escritora: Gabriella Yu


*Capítulo 5: El Salón de Lectura de la Señorita Hamilton*



     Durante dos días Jo escribió y reescribió una y otra vez su obra de teatro hasta que le dolieron la cabeza y los ojos, mandando todo al diablo al final, desesperada porque el "genio no ardía". Suspirando con gran frustración, la muchacha se recostó sobre el escritorio repleto de sus escritos y escondió la cabeza entre sus brazos.

     —¡Oh! ¡Soy un auténtico desastre! —exclamó.

     Anthony había ido a visitarla aquel día y, apoyado en el alfeizar de la ventana, la había estado observando detenidamente durante una hora entera en completo silencio. Al ver que la chica se había dado por vencida, decidió intervenir.

     —Vamos, Jo, no te mortifiques, pronto se te ocurrirá algo, ya lo verás.

     La muchacha suspiró largamente antes de replicarle.

     —¿Lo crees? He comenzado a pensar que no soy tan buena en esto como creía…

     —¡Oh! ¡Vamos, Jo! No te mortifiques de esa manera… —le dijo un tanto preocupado mientras se ponía en cuclillas al lado de ella—. Hay momentos, en la vida de un escritor, que entra en una especie de bloqueo y no logra escribir nada por un tiempo. Es normal que te ocurran episodios como éstos.

     Jo volvió la cabeza para mirarlo, sus ojos aun denotaban su tristeza, pero una luz de esperanza los hizo brillar tenuemente.

     —¿En serio? ¿Y sabes qué se debe hacer en esos momentos, Anthony?

     —Bueno, pues… —se llevó el dedo índice a los labios, pensativo—, creo que deberías salir un rato, conocer lugares y gente nueva; para que te inspiren un poco.

     La miró detenidamente.

     —Necesitas liberar tu mente, Jo. Déjala fluir libremente, sin forzar las ideas, ya verás que en poco tiempo volverás a tener una gran imaginación —se alzó de brazos para tratar de restarle importancia al asunto—. Digamos que, tienes que darle unas pequeñas "vacaciones" a tu imaginación.

     Jo se le quedó mirando por un largo rato, pero su mente estaba más allá, no estaba en el presente. Las palabras de su amigo le habían parecido muy certeras y se había quedado pensando en una posibilidad de darse unas "vacaciones literarias", y ya sabía en dónde.

     Poniéndose de pie repentinamente, sobresaltando al muchacho, quien cayó sentado sobre el suelo, Jo declaró con su habitual vehemencia:

     —¡Tienes mucha razón, Anthony; voy a liberar mi imaginación y sé muy bien a dónde iré!

     —¿Ah, sí? ¿Y puedo saber a dónde irás? —quiso saber mientras se ponía de pie con la mano en la cintura.

     —Al Salón de Lectura de la señorita Hamilton, por supuesto —declaró con una gran sonrisa mientras le mostraba el folleto que aquel simpático anciano le había entregado el otro día.



     Aquella misma tarde, Josephine March se encontraba parada frente a un edificio de cuatro pisos ubicado en una zona barrial muy frecuentada por artistas y librepensadores de toda clase.

     La muchacha volvió a leer detenidamente el folleto, alzó la cabeza e irguió los hombros, entrando finalmente al edificio con paso firme y decidido. ¡Era hora de comenzar una nueva experiencia!

     Con un par de sus libros favoritos bajo el brazo, Jo comenzó a subir las escaleras hasta que llegó al tercer piso, que era allí donde se encontraba el salón del lectura. Luego de cruzar el pasillo, la joven se detuvo frente a una puerta que tenía una etiqueta anunciando el salón de lectura de la señorita Hamilton y, después de aspirar profundamente, tocó la puerta con tres golpes, que, luego de unos larguísimos segundos, se abrió, dando paso a una chica que seguramente tendría unos cuantos años más que ella, era más alta, delgada, con sus cabellos castaños primorosamente peinados y vestida con un vestido de corte masculino.

     —Buenas tardes, me llamo Josephine March y me interesa muchísimo asistir a su salón de lectura, señorita Hamilton —se presentó con su habitual espontaneidad.

     —Mucho gusto, señorita March, me alegrará tener a una persona como usted entre los miembros de mi grupo. Soy la señorita Sandra Hamilton, fundadora de éste salón de lectura —se hizo a un lado, permitiéndole pasar a la habitación.

     Jo entró lentamente, tomándose el tiempo necesario para observar todo a su alrededor. Aquel era un cuarto sencillo pero muy acogedor gracias al hogar que se encontraba ubicado al fondo de la habitación, las paredes estaban cubiertas por estantes llenos de libros, un par de sillones se encontraban ubicados estratégicamente en un rincón, acompañados por un par de mesas ratonas dispuestas para el descanso del té o de los mismos libros; unas masetas con plantas de interior estaban esparcidas por toda la habitación, dándole un toque alegre a aquel sobrio lugar; un par de grandes ventanas que daban a la calle dejaban entrar la luz del sol otoñal. En el centro del cuarto, en donde se agrupaban unas cuantas sillas, se encontraban sentados los miembros del salón del lectura, quienes alzaron la vista de los libros que estaban leyendo y miraron con curiosidad a la recién llegada.

     —¿Quién es la chica? —preguntó una de ellas, una joven rubia y hermosa de muy buena figura, vestida elegantemente con ropas costosas. Por su tono de voz, parecía ser una persona muy engreída y narcisista—. Se ve tan común y corriente…

     Jo frunció el entrecejo, enseguida supo que se iba a llevar muy mal con aquella entrometida.

     —Por favor, Betty, no comiences —replicó Sandra un tanto frustrada—. Ella es la señorita Josephine March y ha venido a unirse a nuestro grupo.

     —¿En serio? Espero que ya hayas publicado algo, querida; aquí todos lo hemos hecho… a excepción de Michelle, claro, ella aun no ha logrado publicar nada… —comentó maliciosamente mientras le dirigía una mirada de desprecio a una chica de aspecto humilde y sencillo, quien pareció sentirse muy mal con aquel comentario, puesto que se hundió más en la silla, bajando la cabeza.

     —Michelle no ha logrado publicar nada porque aún no se ha sentido lo suficientemente valiente como para hacerlo, Betty; ya déjala en paz, ¿quieres? No todas somos como tú, gracias a Dios —declaró seriamente la señorita Hamilton, asombrando a Jo con su valentía y su ecuanimidad, dejándola sobre un pedestal de admiración por parte de nuestra protagonista.

     —¡Bien dicho, señorita Hamilton! ¡Ja, ja, ja! Betty tendrá que pensarlo muy bien antes de volver a abrir la boca, ¡ja, ja, ja! —se burló un muchacho que se encontraba sentado al otro extremo de la fila. Era un chico de largos y desarreglados cabellos castaños, llevaba su ropa elegante bastante desalineada y sus ojos celestes parecían brillar con gran picardía.

     —Ja, ja, ja… Qué gracioso… —replicó irónicamente la agredida mientras se cruzaba de brazos muy ofendida—. Como va, Michelle va a publicar un anuncio de "se necesita dama de compañía" cuando sea una vieja solterona…

     Luego de dirigirle una fulminante mirada de reprobación, Sandra siguió con las presentaciones.

     —El joven que habló se llama Robert Beresford, y ya conociste la simpatía de la señorita Elizabeth Higgins, a quienes todos llamamos "Betty"… —la miró con gran reproche para luego dirigir su atención hacia la muchacha tímida—. Ella es Michelle Jackson… —Se acercó a Jo y le susurró al oído—: Michelle es mi favorita, tiene grandes aptitudes para la literatura, pero creo que ella no lo sabe todavía…

     En ese momento, fueron interrumpidos por unos apresurados pasos que recorrieron el pasillo hasta que se detuvieron frente a la puerta al igual que el estrépito que habían causado.

     —¡Oh! Esos deben ser los señores Kalt y Wong… Tarde como siempre —comentó sonriente la fundadora del salón de lectura, extrañando a Jo con su comentario.

     Entonces la puerta se abrió de un golpe y un par de muchachos algo desalineados entraron a la habitación, deshaciéndose en mil disculpas por haber llegado tarde. Jo pudo observar que uno de ellos era oriental, un chino, para ser más exactos, quien, a parte de su típica vestimenta extranjera, usaba unos pequeños anteojos redondos al igual que su otro compañero, quien era un poco más alto, de cabello rubio, tez blanca y unos hermosos ojos verdes. Wong se disculpaba entre sonrisas y el otro, Isaías, parecía ser una persona muy sencilla y de agradables modales.

     —No debería disculparse por su tardanza, señor Kalt —comenzó a decir Sandra—. Sé que sus clases son mucho más importantes que éstas reuniones de lectura… —Se volvió hacia Jo—. Su nombre es Josephine March, desde ahora en adelante es nuestra compañera de lectura. Señorita March, ellos son el señor Isaías Kalt y el señor Wong Fei Long.

     —Mucho gusto. Pueden ustedes llamarme Jo —los saludó la chica mientras
extendía la mano, intuyendo que se llevaría muy bien con aquellos dos
muchachos un tanto atolondrados.

     Luego de saludarla con una gran sonrisa, los dos muchachos tomaron asiento junto a Jo. Entonces, ya realizada las presentaciones, la presidente del salón de lectura tomó su lugar correspondiente frente a ellos, sentándose en otra silla ubicada al lado de una pizarra y el hogar.

     —Bueno, creo que lo último que me falta por presentarle, señorita Jo, es al señor Mario Mazzini.

     Jo, confundida, miró de un lado al otro, buscando al dueño de ese nombre, pero no había nadie más sentado con ellos aparte de los que ya le habían presentado.

     —No lo encontrarás aquí, querida —le dijo Betty con una sonrisa condescendiente —. Jamás se sienta con nosotros.

     —Y uno nunca nota su presencia a menos que él abra la boca para decir algo que nos sorprenda —apuntó el muchacho llamado Robert, quien parecía ser todo un bohemio.

     —¿Y en dónde está ahora? —preguntó nuestra curiosa protagonista.

     —Está allí —le respondió sonriente Wong Fei Long con un extraño tono entre chino e inglés, alzando su mano hacia una de las esquinas de la habitación.

     Jo siguió con la vista la dirección que señalaba su compañero y grande fue su sorpresa cuando, en medio de aquel oscuro rincón, apenas pudo notar la endeble silueta de una persona sentada en un sillón.

     —No debe sorprenderte su actitud retraída, Jo —le dijo el joven judío—. Él siempre se comporta de esa manera. Pronto te acostumbrarás y no lo notarás a menos que él hable.

     Jo frunció el entrecejo un tanto disgustada, ¿quién se creía aquel sujeto para comportarse de esa manera tan arrogante, impertinente y maleducada?

     —Bien, pongan atención, damas y caballeros —comenzó a decir Sandra para llamarles la atención—: la señorita Josephine March nos hará el honor de comentarnos qué clase de literatura prefiere… —la miró interrogativamente.

     Sorprendida con aquel repentino pedido, Jo carraspeó un tanto nerviosa y se levantó de su asiento para poder hablar con mayor claridad.

     —Bueno, yo… ¡Ejem! He leído muchas novelas y… ahora estoy leyendo a Alejandro Dumas y a Victor Hugo…

     —¡Oh! Entonces te gusta la literatura francesa —apuntó Sandra.

     —Bueno, podría decirse que, por el momento, es mi tipo de literatura favorita.

     —Maravillosa elección, señorita March; también es la favorita de Betty —la felicitó, pero Jo no se sintió para nada halagada con ello, así que, interiormente, se prometió a sí misma que comenzaría a leer otras cosas—. Yo me especializo en literatura inglesa; la señorita Jackson y el señor Beresford en poesía; el señor Wong nos impresiona con su proverbios orientales; el señor Kalt nos ilustra con la literatura Hebrea, y… —miró hacia el misterioso sitio en penumbras en donde se encontraba el otro extraño y antisocial miembro de aquel club— el señor Mazzini, se especializa en la literatura política y revolucionaria.

     Josephine estaba francamente admirada con todo lo que escuchaba, maravillada porque todo lo que le había contado Anthony sobre la gran diversidad de razas y conocimientos que había en la ciudad de Nueva York había resultado ser completamente cierto.

     —Señorita Hamilton, ¿podría integrarse a nosotros mi amigo, Anthony? Él es periodista.

     —Por supuesto, señorita March. Mi Salón de lectura admite a todo aquel que quiera expresar sus ideas sobre todas las formas existentes de la expresión escrita —le respondió sonriendo de orea a oreja.

     Nuestra protagonista iba a expresar su agradecimiento cuando, el sujeto que se encontraba apartado de ellos, abrió la boca:

     —¡Ja! ¿Un periodista aquí? ¿Y para quién miente? ¿Acaso para los políticos?

     —¡¿Qué? —al escucharlo, Jo se levantó de un salto de la silla, terriblemente ofendida— ¿Pero cómo se atreve a decir algo así de una persona que ni siquiera conoce?

     —No me hace falta conocerlo para saber qué clase de periodista es, señorita March, ya que todos son lo mismo —replicó levantándose él también de su silla para comenzar a caminar hacia la luz del sol que entraba por la ventana, dejándose ver por primera vez ante Jo. Él era un muchacho alto, apuesto, moreno, una sonrisa sarcástica, ojos penetrantes y maliciosos, vestido con humildes ropas bien limpias y arregladas—: un periodista corrupto que escribe lo que le dicta la gente de clase alta y que mantiene a gente como nosotros sumergidas en la ignorancia y la opresión.

     —¡Oh, señor Mazzini, ya basta! —se quejó Sandra antes de que Jo le respondiera—. ¿Es que nunca va a dejar de fastidiar a los nuevos con sus agresiones revolucionarias? ¡Siempre termina espantándolos!

     —Estamos aquí para hacer uso de nuestra libertad de expresión, señorita Hamilton, y yo puedo expresarme como se me venga en gana, ¿no es así?

     La aludida se mordió los labios, enfurecida, pues sabía que él tenía toda la razón puesto que ella había dejado bien en claro, en reiteradas ocasiones, el derecho de la libre expresión en su salón. Todos los demás también decidieron guardar silencio, puesto que ninguno tenía la más mínima intención de enfrentarse con él, pero Jo desconocía tanto su pasado como su presente, así que no tuvo reparos en contestar a su agresión.

     —Señor Mazzini, lo que usted está haciendo no se llama libertad de expresión, sino "despotismo". Si no aprende a respetar a los demás, no espere que los demás lo respeten a usted.

     Jo estaba furiosa y temblaba de pies a cabeza, con los brazos a los costados y con los puños fuertemente cerrados, sus ojos grises parecían lanzar chispas.

     Sorprendidos, sus compañeros la miraron boquiabiertos. No podían creer que una chiquilla se enfrentara de esa manera a Mario Mazzini, el peligroso revolucionario italiano de los Cinco Puntos.

     Pero grande fue la sorpresa de todos cuando el aludido se acercó a la joven hasta detenerse frente a ella, quedándosele mirando detenidamente con una media sonrisa. Ni por un momento Jo desvió la mirada, dispuesta a defender el mancillado honor de su amigo Anthony.

     De pronto, el moreno y apuesto muchacho le colocó la mano derecha en el hombro derecho de Jo y le dijo:

     —Tiene fuego en la sangre, señorita March, pero yo no me apresuraría a defender a alguien que no ha dicho toda la verdad acerca de la guerra civil —y se fue, dejando a Jo terriblemente furiosa.

      —¡Odioso! —exclamó dándose media vuelta, clavándole los ojos como si fueran un par de puñales, sacándole la lengua.

     —¡Ja, ja, ja! ¡Nos vemos el sábado que viene, señorita "Huracán"! —se despidió burlonamente mientras cerraba la puerta tras de él.

     —¿"Señorita Huracán"? ¿"Señorita Huracán"? ¿Pero cómo se atreve a decirme algo así? —se quejó Jo, visiblemente enojada y ofendida.

     —No le haga caso, señorita March —le dijo Sandra con una conciliadora sonrisa—; el señor Mazzini siempre se comporta así con la gente que le interesa. Pronto se acostumbrará a él.

     —Así es, Jo —apoyó el joven Beresford—, a Mario le encanta llamar la atención de los nuevos…

     —Pero a veces nos da un poco de miedo porque… —arguyó el muchacho judío.

     —…Él viene de los Cinco Puntos —terminó de decir su amigo chino en un mal inglés.

     —¿Los Cinco Puntos? ¿Y qué es eso? —quiso saber Jo.

     —Es una zona marginal muy peligrosa de esta ciudad —le respondió la señorita Hamilton, dirigiéndole una reprobadora mirada a los miembros de su grupo—. Y aunque él venga de los Cinco Puntos, no tenemos por qué temerle ni discriminarlo. Nuestro salón de lectura le da la bienvenida a todo aquel que le interese la lectura y la expresión de sus ideas más allá de su raza, ideales o condición social; es por esa razón que ustedes y yo estamos reunidos en esta habitación, ¿verdad?

     Mirándose entre sí por algunos momentos, todos asintieron finalmente con una gran sonrisa, pues estaban de acuerdo con ése ideal a pesar de las refriegas que tenían entre ellos de vez en cuando.

     —¿Lo ve, señorita March? —volvió a sonreírle—. Aunque todos seamos muy diferentes, tenemos un ideal: la libertad de expresión.

     Josephine March quedó muy impresionada con aquel ideal utópico, deseando con todo su ser integrarse a ellos y aprender todo lo que pudiera acerca de la vida de los demás… Más allá de las evidentes peleas que tendrían en el futuro, claro.

     "Anthony tenía razón —pensó—, debo conocer gente para ampliar mi
imaginación".

     Más tarde, al anochecer, Jo llegó al departamento de Anthony después de haber paseado por el centro de la ciudad luego de que terminara la reunión del salón de lectura de la señorita Hamilton. Grande fue su sorpresa cuando fue recibida por una magnífica cena preparada por Anthony.

     —¡Mmm! ¡Pero qué delicioso se huele todo esto! ¡Con el hambre canina que tengo! —exclamó llena de felicidad mientras rodeaba la pequeña mesa, admirando las delicias que esperaban ser probadas por ella—. ¿Cómo fue que cocinaste todo esto? ¡No tenía idea de que fueras tan buen cocinero!

     —¡Oh, no! Te equivocas, Jo, yo no cociné nada de esto —le sonrió rojo como un tomate, llevándose la mano a la nuca y riéndose—. Simplemente lo compré con el dinero que me pagaron en la editorial por un estupendo reportaje que hice hoy.

     —¡Oh, Anthony! ¿Por qué lo hiciste? Deberías haber gastado ese dinero en algo para ti —replicó muy preocupada.

     —Tonterías, Jo —le dijo mientras le corría caballerosamente una silla para que ella se sentara—. Hace semanas que no he cenado como Dios manda y, como tú estás aquí, es el momento adecuado para hacerlo y celebrar nuestro encuentro y el inicio de una nueva vida para los dos.

     —Bueno, si lo pones de esa manera… ¡No hay inconveniente! —exclamó mientras se sentaba a la mesa y Anthony hacía lo propio frente a ella.

     —¿Sabes, Anthony? —comentó Jo mientras probaba una deliciosa sopa de cebollas—. Asistir a ese salón de lectura fue una idea estupenda. ¡Ahora tengo grandes ideas para mi guión!

     —Sabía que lo lograrías, Jo —el muchacho le guiñó el ojo y se lanzaba a un apetitoso bistec.

     —Todos son muy diferentes entre sí; algunos son simpáticos y otros no, especialmente un odioso muchacho llamado Mario Mazzini. Mis compañeros dicen que es un italiano revolucionario que vive en los Cinco Puntos… ¡Le fascina pelearse con los nuevos del grupo de lectura!

     —¿Así que él vive en los Cinco Puntos? —inquirió muy interesado—. Me gustaría mucho conocerlo…

     —¿En serio? Pues tú también eres bienvenido a nuestro salón de lectura, Anthony; la señorita Hamilton lo aseguró.

     —Entonces iré cuando tenga algún tiempo libre.

     La cena transcurrió muy animada para ambos jóvenes, quienes aparte de deleitarse con la deliciosa comida, conversaron amenamente sobre cuestiones tanto literarias como frívolas, riéndose mucho y peleándose un poco, como era su costumbre. Cuando terminaron de cenar, Anthony decidió que ya era hora de retirarse y, despidiéndose alegremente de su amiga, se dirigió hacia la puerta.

     —Hoy fui a preguntar sobre la pensión de los Kirke, Jo —le avisó mientras abría la puerta—; me dijeron que dentro de una semana todo estará listo y podrás mudarte a una de sus habitaciones.

     —¿Dentro de una semana? —repitió sorprendida. No sabía por qué, pero aquella noticia la entristecía un poco.

     —Bueno, nos vemos, Jo… —se despidió saliendo hacia el pasillo.

     —¡Espera, Anthony! —le pidió un tanto afligida, acercándose a él.

     —¿Sí? —se volvió con la esperanza de que ella le dijera lo que él había esperado durante tanto tiempo.

     —¿Es… es verdad que a veces los periodistas publican mentiras?

     Aquella inesperada pregunta sorprendió enormemente a Anthony. No era lo que él había esperado que le dijera.

     —¿Quién te dijo eso?

     —Mario Mazzini

     —¡Ah! ¡El italiano revolucionario! —se rió para luego ponerse un poco serio—. Bueno, Jo, nosotros los periodistas repetimos lo que nos dicen los demás, que pueden ser mentiras o no. Pero también podemos investigar sobre si lo que nos dicen o hacen es cierto o no. Todo el mundo expresa su propia verdad y su propia mentira. Depende de nosotros si queremos creerles o estemos de acuerdo con ellos.

     —¿Y tú crees lo que te dicen?

     —A veces no, Jo, a veces no.

     Luego de que el joven periodista se hubiera marchado, nuestra protagonista apoyó su espalda sobre la puerta y miró nostálgicamente a su alrededor, observando cada detalle de aquella modesta habitación en donde se había acostumbrado a vivir en tan poco tiempo.

     —No sé por qué me siento así… —dijo—, pero me entristece tener que dejar este lugar.

     Mientras tanto, sin que ella lo supiera, Anthony Boone se encontraba parado en la vereda del edificio, mirando tristemente hacia su cuarto hasta que comenzó a lloviznar, momento que decidió regresar al departamento de un buen amigo que lo había hospedado durante todos esos días.

     Y así, acomodándose el bombín y la bufanda, levantándose la solapa del oscuro abrigo y metiendo las enguantadas manos a los bolcillos del abrigo, le dirigió una última mirada de despedida a Jo y se marchó caminando tristemente hacia su destino.

     "Jo —pensó—, tengo el presentimiento de que, cuando te vayas, te habré perdido para siempre…"

     /¿Cómo puede ser que Jo sea tan tonta que no pueda darse cuenta de lo mucho que la quiere Anthony? ¡Hasta el pobre de Laurie ha intentado demostrarle su amor en vano! Cuando un hombre tan apuesto y rico como él se me declare, no dudaré ni medio segundo en aceptarlo, no señor. ¡Nos vemos en el próximo capítulo!/


Continuará el próximo miércoles...



Nota de una Bloguera Distraída:

¡Hola, mis queridos arrinconados! ¿Cómo están? En estos momentos estoy transitando un período de recaída con mi psoriasis y estoy muy bajoneada, "0" energía, "0" ganas de hacer nada... Lo malo de esta enfermedad es que es crónica y ni se nota que uno está enfermo y nadie te cree que lo estás. En esos momentos me dan ganas de mandar a todos al diablo e irme a dormir las 24 horas del día. ¡Pavada de enfermedad es esta! 


¡Gracias por visitar el blog!
¡Nos leemos en la próxima entrada!
¡Cuídense!

Sayounara Bye Bye!!!

Gabriella Yu
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